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Hotzenblitz, ¿donde estás?
22 Diciembre 2015

Hotzenblitz, ¿donde estás?

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No se trata de la última creación de un atractivo coche eléctrico de algún fabricante aún desconocido, sino de una fuerte apuesta a principios de los noventa del siglo pasado del coche del futuro, con todos sus detalles bien elaborados. Era demasiado bueno para poder hacerse realidad.

La historia del Hotzenblitz es como un cuento. El protagonista, un pequeño y atractivo automóvil, limpio y no contaminante, pretendía enfrentarse a los automóviles grandes del mundo. Con toda su fe quería demostrar que lo pequeño es hermoso, y que un vehículo no contaminante puede ser una realidad muy atractiva. No obstante, el cuento terminó mal, pues llegó antes de su tiempo.

Erase una vez un pequeño automóvil de solo 2,7 metros de largo, en cuyo interior podía albergar hasta cuatro asientos, o bien sólo dos para dejar libre para la carga la parte trasera. También podía desvestirse de parte de su techo, dejando una porción al descubierto para que el sol pudiese llegar a sus ocupantes. Tenía un gran parabrisas curvado hacia dentro, dos puertas y en la parte trasera un portón acristalado. En fin, un gran espacio de lunas y poca carrocería hecha de fibra de carbono. 

Debajo de su corto capó delantero se encontraba un motor de corriente alterna que podía ser forzado hasta los 16 CV, estos propulsados a las ruedas delanteras con fervor. El capó se caracterizaba por un novedoso diseño de faros halógenos muy pequeños en el prototipo, que más tarde sustituyeron por faros convencionales, incrustados en la carrocería en su versión definitiva. La parte trasera, en vez de llevar solo un parachoques y un maletero, integraba un genial sistema de carro corredero, o sea, como si de un cajón se tratara, con lo que se podía abrir la parte baja hacia fuera y cargar toda la compra. Por encima aún había sitio para dos cajas de bebidas. Está claro que nuestro protagonista también quería complacer a las mujeres y serles útil en sus mil y un quehaceres diarios.

Gracias a una batería de zinc-bromo, muy novedosa en aquellos años, integrada en la parte baja de la carrocería y libre de mantenimiento, el automóvil podía alcanzar respetables velocidades de hasta 120 km/h, con una autonomía que rozaba los 200 kilómetros, antes de que, a través de un cargador de abordo, su usuario tuviese que recargar la batería con la corriente eléctrica de la casa.

El padre de la criatura, el alemán Thomas Albiez, propuso en 1989 revolucionar el mercado de los automóviles con este novedoso modelo. No aceptaba los conceptos convencionales que nos venden como los únicos válidos. Era hora de presentar algo nuevo y, sobre todo, demostrar que se trataba de un prototipo totalmente factible, tanto en su construcción como en su usufructo, sin tener carencias de ningún tipo…

Extracto de un artículo escrito por V. Christian Manz de este singular automóvil.



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